martes, 11 de marzo de 2014

La felicidad.


Del liberalismo al socialismo:

John Stuart Mill fue uno de los padres del liberalismo filosófico y uno de los defensores del utilitarismo: una teoría sobre la moral y la ética que sostenía que las acciones humanas debían aspirar a lograr la mayor suma de felicidad sobre el mayor número de gente. Al considerar que el fin último del ser humano era ser feliz, Mill pensó que todo aquello que fuese útil para lograr la felicidad de las mayorías, también habría de ser bueno en sí mismo. No resultaría extraño, por tanto, que con el paso de los años Mill, ferviente defensor de la libertad (todo aquello que sofoca la individualidad, sea cual sea el nombre que se le dé, es despotismo) simpatizara  con las promesas de felicidad colectiva que propugnaba el socialismo.
Su acercamiento a las ideas socialistas no fue una contradicción ideológica, sino fruto, precisamente, de una maduración ideológica. Stuart Mill se anticipó a su época y supo ver las bondades del socialismo, pero sin renegar por ello del imperativo deber de preservar las libertades individuales.

Las democracias modernas, hoy, intentan superar la sempiterna dualidad liberalismo vs socialismo, dando lugar a nuevos posicionamientos ideológicos: el socioliberalismo (mínima intervención estatal) y la socialdemocracia (máxima intervención posible del Estado). Ambas ideologías, como vemos, creen necesario que las sociedades libres y democráticas cumplan con dos preceptos incuestionables: garantizar la libertad individual y promover la justicia y el bien común. Las diferencias vendrán marcadas por el énfasis que se ponga en la defensa de uno u otro de estos preceptos.

Superación raciovital del liberalismo y el socialismo.
Sin embargo, en mi parecer, sería Ortega y Gasset quien definiese más acertadamente el concepto de felicidad: La felicidad es la coincidencia del yo con las circunstancias.

El filósofo español consideró la felicidad no como un fin último (utilitarismo) sino como un estado de coincidencia entre la idiosincrasia de cada individuo con sus circunstancias vitales.
Según Ortega, todo individuo tiene el imperativo vital de llegar a ser él mismo, a través, precisamente, de ejercer libremente su derecho a elegir y tomar decisiones. Del imperativo vital de llegar a ser uno mismo surge el conflicto ante las circunstancias cuando éstas son adversas, es decir, cuando las circunstancias no permiten que el individuo pueda elegir o tomar decisiones libremente.

Si un individuo es acomodaticio y tiene un concepto utilitarista o estoico de la felicidad, considerará que la felicidad solo es posible a través del bienestar generalizado de la mayoría. Preferirá, en consecuencia, delegar parte de su libertad para elegir y tomar decisiones en un Estado proteccionista (socialista).
Si el individuo es ambicioso y considera que la felicidad pasa exclusivamente por satisfacer sus propios deseos egocéntricos, entonces preferirá un Estado minimizado para poder ser libre de lograr sus máximas aspiraciones.

Dicen que los extremos son las dos caras de una misma moneda, y en esa obcecación tan “racional” del ser humano por hallar el justo término medio se obvía la necesidad de buscar, sin miedo ni esperanza, la verdad radical que es la vida.

Al olvidar qué es vivir, tanto el socioliberalismo como la socialdemocracia se empeñan en emular a Aldous Huxley, es decir, se empecinan en defender sus respectivas propuestas sobre lo que debería ser Un Mundo Feliz. Por supuesto, y como punto de partida, el mundo perfecto debe permanecer en paz, al menos en una relativa paz aparente que proporcione a los seres humanos un contexto adecuado para poder ser felices.
Y una vez minimizado el impacto de las guerras, o alejadas éstas de las grandes civilizaciones en pugna, los ciudadanos serán creados, no en probetas de laboratorio como en el mundo ideal de Huxley, sino en granjas-escuela que, de igual modo, uniformarán y adoctrinarán al ganado humano para que éste desee vivir en contra de los principios de la vida; para que renieguen del esfuerzo y del sacrificio; para que las pequeñas crías humanas rehuyan del deber de exigirse y mejorarse a sí mismas; para que el ganado humano, bien cebado con pienso adoctrinador, se muestre sumiso y, en consecuencia, delegue en un Estado todopoderoso su responsabilidad de ser, negándose a elegir y tomar decisiones. Negándose a ser libre.

Conclusiones:

La felicidad, hoy, se entiende como la ausencia total de preocupaciones y de ansiedades; se entiende como un fin en sí mismo que debe conseguirse a través de la renuncia a penosos trabajos y esfuerzos de superación; se entiende, en definitiva, como un fin que solo cabe lograrse a través de la renuncia voluntaria (condicionamiento social mediante) del ejercicio de la libertad individual.
El individuo no asume sus responsabilidades para tomar decisiones. No, al menos, cuando estas suponen la asunción de riesgos. Se trata de evitar el fracaso y de tener garantizado un bienestar suficiente, ya sea a través del soma correspondiente (deportes, espectáculos, virtualidad…) o de políticas de subsidio. En este último aspecto, resulta significativa la propuesta de Santiago Niño Becerra, que augura la implantación futura de una renta mínima asegurada para todos los ciudadanos.

Un falso humanismo, mal entendido, ha convertido a los seres humanos en animales de lujo (Peter Sloterdijk) El humanismo que tanto ensalzara la dignidad de los seres humanos, ha acabado, paradójicamente, despojando al hombre de su propia esencia, privándole de su bien más preciado: libertad para poder ser.
Así, hemos olvidado que la vida es un drama; un constante quehacer y un constante elegir y tomar decisiones para superar circunstancias adversas, con esfuerzo y trabajo. Hemos olvidado que para poder llegar a ser nosotros mismos, primero tenemos que reivindicarnos libres, pero con todas las consecuencias que ello implica.

2 comentarios:

  1. Gran reflexión. Comparto lo leído y en mi inmensa presunción me permitiré sintetizar lo escrito en una frase: "El ser humano ha de ser para poder hacer". Josep Andreu

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  2. Pues sí Josep, somos en tanto hacemos; en tanto elegimos y tomamos decisiones para superar circunstancias adversas. Un saludo y gracias por comentar.

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